Una empresa pública ensaya en Sant Hilari Sacalm un centro donde no se impone la hora de acostarse o qué se come.
La mayoría quiere envejecer en casa. Así que las residencias de ancianos deberían ser lo más parecido a su casa. Pero en lugar de eso tenemos centros donde los residentes están limpios, alimentados y arreglados pero hay horarios para ir al lavabo, para levantarse, para comer…
Todo pensado para que cuadre el orden, los turnos, los números y la seguridad. Aunque no guste esa comida, aunque uno sea más bien noctámbulo, aunque no le interese para nada la clase de memoria”, reflexiona Mariona Rustullet, directora técnica de la empresa pública de acción social Sumar que gestiona una treintena de centros en toda Catalunya.
“Por eso hemos puesto en marcha, y lo hemos protocolizado, un modelo distinto, de verdad centrado en la persona”.
Los residentes se levantan a la hora que quieren y, si lo prefieren, hacen la cama con la auxiliar; cada uno decide cómo quiere vestirse, con tacones, pañuelo en el cuello o delantal; el menú se consensúa cada semana en asamblea; los familiares entran y salen con toda naturalidad, incluso si quieren ocuparse de la ducha de su madre. “Lo hemos probado y es un cambio notable, funciona.
Ahora damos un paso más: un espacio pequeño, más cerca de una casa que de una residencia, donde sus habitantes han elegido el mobiliario y el color de las paredes, donde sea posible una convivencia en la que se pretende mejorar el grado de felicidad”.
El ensayo se lleva a cabo en Sant Hilari Sacalm. En una de las tres plantas de la residencia que ya existía.
La iniciativa es de una empresa pública que aplica un modelo que huye de infantilizar a los mayores
Allí hay mujeres mayores cortando cebolla y patatas para el pescado que van a meter en el horno para la comida.
“Queremos carne a la brasa”
Ha sido una de las peticiones más sorprendentes, reconocen en la residencia de Sant Hilari Sacalm: “queremos carne a la brasa”. Y sí, lo han incluido en sus previsiones, aunque sólo de vez en cuando, porque hay que organizarlo fuera, en el jardín.
El equipo de Sumar, la empresa pública que ha diseñado la nueva manera de organizar las residencias, define su ideario en 30 cambios imprescindibles para conseguir que ellos, los residentes, decidan. Entre esos cambios se encuentran elegir la hora de levantarse y de irse a la cama, celebrar asambleas semanales para consensuar rutinas o decidir qué actividades proponer y en cuáles participar. O ir al lavabo cuando les dé la gana: “Hay residencias en las que se cambian los pañales a una determinada hora y hay horario para que te acompañen al lavabo, o donde se bebe en tales momentos del día y no en otros, no hay jarras sobre la mesa”, explica Mariona Rustullet, directora técnica de Sumar.
Otras doblan manteles mientras una plancha primorosamente un delantal con la tabla colocada a la altura de la silla. Una de las residentes lee en la butaca que está junto al ventanal, es una mujer acostumbrada al bosque y la lectura es su pasión. Otra hace sopa de letras después de haber estado un rato en el ordenador. Un hombre mira el televisor sentado en la butaca, con una mesita al lado, una escena muy parecida a la que ha vivido los últimos años en su casa. Porque para decorar esa residencia piloto, cada uno aportó su punto de vista, incluso para el color de las paredes. Las fotos personales están en la estantería. Cada residente tiene su auxiliar de referencia, que le sigue y anota las variaciones, las peticiones, en su carpeta. “Es una historia vital, no clínica, que se va creando a lo largo de meses y que sirve para adaptarnos a cada uno de ellos. El objetivo es que cada cual envejezca como decida”, insiste Mariona Rustullet. En esa ficha personal se va consignando el odio al pescado, el deseo de que le peine de vez en cuando una peluquera, ver películas en la habitación, que le traten de tú o poder irse a la cama muy tempranito.
La experiencia se comparará con las otras residencias del grupo. Para que la evaluación sea útil han reproducido en esta pequeña unidad de convivencia los distintos perfiles de residentes y en las mismas proporciones. “De la satisfacción ya tenemos datos. Ahora queremos ser capaces de medir otros aspectos, incluso valorar si les hace más felices”.
Lo lleva a cabo una empresa pública de la que son socios desde la Diputación de Girona hasta el Ayuntamiento de Maials o el de Sant Cugat. Reconocen que hay algo más de personal que en otros modelos de atención más rígidos en horarios, ropa, comidas o pañales. “Pero también somos más eficientes en otros aspectos: no se tira comida, porque comen lo que les gusta”, apuntan. Y son muy exigentes en la selección de su personal: “hemos definido el perfil, no basta con el currículum, se necesitan unas buenas dosis de empatía y capacidad de adaptación”, señala Rustullet.
En Sant Hilari nadie lleva uniforme.
La Vanguardia, 09 de abril de 2017