Hace dos años que murió Juan, en aquellos momentos me parecía estar en otro mundo. Por más vueltas que le daba a la rotonda, me propuse saltar el pozo que hay en medio y lo salté. Es muy duro: se te amontona todo lo sucedido durante ocho años. Recuerdos buenos y malos, papeleos, cambios de nombre.
En fin, ahora estoy mucho más tranquila. Tengo todo el tiempo del mundo, estoy cuidando de mi salud, no me puedo quejar, pero eso sí, le sigo echando de menos. Ahora sólo recuerdo los momentos buenos. Le rezo cada noche y le digo: “Buenas noches Juan, estés dónde estés, siempre te recordaré”.