Mis primeras experiencias como cuidadora empezaron con mi vida laboral, soy enfermera. Primero en Hospitales, después en Atención Primaria. He vivido con las familias sus dramas familiares. Cuando hay personas incapacitadas, encamadas con ulceras de decúbito y con demencias, hemos mirado con la Asistenta Social del centro en qué las podíamos ayudar dentro de las ayudas que entonces habían.
He hecho de confesor, de amiga, de enfermera, de psicóloga, y les he aconsejado en lo que he podido; pero cuando cumplía mi horario laboral, aunque me acordaba de ellos, el problema se quedaba en casa de ellos. No es lo mismo que cuando te toca en tus propias carnes, ¡HAY AMIGOS! Entonces, entra la parte emocional y te encuentras tan desesperada como ellos, incluso desamparada.
Mis experiencias personales empezaron con 15 años. Primero fue mi suegro que murió de cáncer, pero de EL no guardo un mal recuerdo, al contrario, lo recuerdo con dulzura pues era un hombre de pocas palabras, pero no se quejaba nunca. Es verdad que no hacia una alimentación sana, comía potajes, embutido (acostumbrado a los pueblos), la verdura no era de su agrado, fumador empedernido, nunca quiso ir al médico, etc.
Un día nos llama la abuela diciendo que el papa estaba en el lavabo en un charco de sangre. Fue ingresado en el clínico y después de reanimarlo, con transfusiones y sueros, decidieron operar pero fue nefasto. Estaba invadido. Nos comunicaron que duraría unos tres meses, como así fue. Le pusieron una sonda que salía del yeyuno (intestino delgado), para poner la alimentación liquida. Nos mentalizamos para hacerle el tiempo que le quedaba lo más agradable posible, con un ambiente agradable que era lo primordial.
A mi suegra no le dijimos la gravedad del caso, pero si esperábamos de ella colaboración para hacerle compañía. No fue así, le entraron celos por los cuidados que le hacíamos al abuelo.
La abuela se ha creído siempre que ella tenía un cáncer desde que, a los treinta y cinco años, le sacaron la matriz porque se le prolapso; pero la matriz estaba sana y era debido a los hijos que había tenido tan grandes. Se le murieron varios solo al nacer por ser ella RH-, y sólo le queda mi marido que también es RH- en sangre.
Mi suegra era muy negativa. Le hacíamos todo: medicación, alimentación, aseo, etc. Llegó un momento en que la situación se hizo insostenible. Mi suegra, desoyendo nuestras órdenes, quiso cambiar el pañal al abuelo y se cayeron los dos al suelo. Al abuelo se le salió la sonda y ella se fracturó dos vértebras. En estas condiciones se tuvo que llamar a una ambulancia para dos personas, ingresando ambos en el clínico, quedando mi suegra en reposo durante TRES meses con un familiar.
Al abuelo le pusieron la sonda y lo mandaron para casa, cosa que dijimos no poder atender a los dos. Contestación: no era problema de ellos. Esto es muy duro para una familia.
Si teníamos un problema gordo ahora teníamos TRES. Mi marido estaba de baja por un pinzamiento, en L- 4 L- 5, en espera de intervención.
Tuvimos que poner al abuelo en la Clínica Provenza. A pesar de todo, el abuelo
siempre tuvo compañía. Los hermanos y cuñadas fuimos todos “una piña”. El abuelo, dentro de lo malo, no se dio mucha cuenta de todo el proceso ya que llevaba mucha dosis de morfina. Murió tres meses después. Que dios lo tenga en la gloria. Era una buena persona.
Después, nos quedó la abuela con todos sus problemas. Siempre quejándose de todo pero nunca haciendo nada de lo que decía el médico. Tenía diabetes y nunca quiso hacer el régimen. También tenía bronquitis asmática, artrosis, hipertensión, etc. Tuvo cuatro neumonías y nos llevaba de cabeza a su hijo y a mi (su nuera). Le pusimos una mujer por las mañanas para asearla y hacerle la comida de régimen. Cuando tocaba ducharla se enteraban todos los vecinos. El azúcar le empezó a pasar factura teniéndole que pasar a pincharle insulina. Le hacía unas subidas y bajadas difíciles de controlar. Había que pincharle TRES veces al día. No podíamos llevarla a un centro de día, al no tener la finca ascensor (había tres pisos), era el remedio peor que la enfermedad.
Mi marido tenía en el trabajo TRES turnos: una semana de mañana, una semana de tarde y otra semana de noche, y yo en turnos de 12 h en días alternos. Aunque quería colaborar, la situación se hizo insostenible y la tuvimos que poner en una residencia fija.
Mi suegra no entendía la situación. Era agresiva con el personal y los residentes. Íbamos muy a menudo a verla, pero ella no estaba conforme con nada. Ni siquiera colaboraba con trabajos manuales o actos sociales; al final, se quedó ciega después de operarla de cataratas.
También tuvo la desgracia de romperse el fémur y, a partir de ahí, empezó el decaimiento, perdiendo el sentido demencia. Murió a los 95 años, a los diez días de ingresarla en el hospital.
Mientras, mi madre, que tiene 3 años menos, empezó también a deteriorarse poco a poco. Empezaron las caídas, pequeñas embolias, reuma deformatorio teniendo las manos en garra. Vivía con nosotros y, al no poder dejarla sola, la llevé al centro de día de Montnegre. No lo cogió muy bien, no le gustaba. Tampoco quería colaborar con las actividades que se hacían.
Yo tenía 63 años cuando tuve el primer brote de fibromialgia y me encontraba tan mal que no podía trabajar ni cuidar de mi madre. En mi estado, como pude haciendo altas y bajas, llegué a los 65 años para poder jubilarme.
No sé si mi madre, por las micro embolias o por egoísmo, se hizo nunca la idea de lo mal que yo estaba.
Al final, a los 93 años de mi madre, la puse en una residencia de pago. A mí me tenían que operar de una bursitis de cadera y no tuve más remedio que ponerla en la residencia. Allí empezó el mal ambiente entre ella y yo.
Ella decía que las residencias son asilos y no los tratan bien, a pesar del dinero que me cuesta. Estoy acabando con los pocos ahorros que tengo. He procurado buscarle una que la cuidaran bien y estuviera ella contenta, pero no lo he conseguido.
Ninguna de las dos madres nos ha agradecido lo que hemos hecho por ellas.
Lo daban como que teníamos la obligación de hacerlo. Somos hijos únicos los dos, con lo cual no tenemos nadie para repartirlo.
Así estaba la cosa cuando mi madre, después de varias caídas y fracturas (varias estando sentada), se levantó y se rompió el fémur y, al caerse, se rompió también la cadera en mil pedazos. Con 94 años, la operaron sólo para que se pudiera sentar. Desde entonces ya no camina nada. Está totalmente dependiente y se ha ido deteriorando cognitivamente. Ahora, con 95 años, parece que está en el limbo; a los 48 años, le diagnosticaron insuficiencia cardiaca y, desde entonces, toma medicación para el corazón.
Yo sigo con mi fibromialgia, con mis terapias naturales, masajes, acupuntura, homeopatía, etc. Estoy un poco mejor que antes, pero va a días. Hay días que no me puedo mover y otros un poco mejor, a pesar de todas las cosas que hago.
Así que te pido perdón MADRE por mi mala salud y entiendo que tú ahora no lo puedas entender al estar en las condiciones que te encuentras de salud. Espero que, aunque ahora no lo entiendas, algún día desde el cielo lo hagas y me perdones. También tengo que agradecer a Dios que me haya dado un marido bueno y Comprensivo. Los dos lo hemos hecho con nuestros Padres lo mejor que hemos podido; pero hay un momento que tienes que tomar una decisión aunque sea dolorosa.
El problema general que tenemos en esta sociedad es que nuestros padres, con muchos achaques, se mueren cerca de los 100 años (promedio de 90 años). Nosotros, ya con 70 años o más, también tenemos nuestros achaques, artrosis, cataratas, fibromialgia, etc.
Ahora, que estamos jubilados, podríamos disfrutar de un poco después de toda una vida trabajando. Pero cuando no tienes obligaciones con los padres ya no te puedes ir a ningún sitio por no poder o porque no te apetece. Yo digo que nosotros somos la generación del bocadillo: “los padres por un lado y los hijos por el otro”. Nos han machado mucho. Nuestra generación hemos respetado mucho a nuestros mayores, pero los hijos ya no tanto con nosotros.
Yo ya estoy buscando, sin prisa, esos apartamentos para la 3ª edad tutelados y, cuando no podamos valernos, pues a una residencia que pueda pagar con los pocos bienes que uno pueda tener. Estamos mentalizados tanto mi marido como yo. No deseamos ser una carga para los hijos, solo lo justo.
También doy gracias a DIOS que haya sido cuidar de los padres y no de la pareja, porque es mucho más doloroso. Sólo deseo que en la muerte me encuentre sana y que sea rápida y no de trabajo, si puede ser durmiendo y de un infarto mucho mejor.
Francisca Torralba San Juan