El día 21 de septiembre fue el día mundial de la enfermedad del Alzheimer, un día en el que las personas miramos hacia aquellas otras que lo padecen. Pero quien de forma muy importante sufre esa enfermedad, y no creo equivocarme, es la gente cuidadora, esas personas que con una paciencia y sensibilidad enorme se hacen cargo de quienes padecen la enfermedad.
Los testimonios que se conocen encogen el corazón, aunque muchos de ellos han reconocido que gracias al Alzheimer han apreciado verdaderamente la vida. Han visto la cara humana y se han replanteado el resto de su camino por este mundo. La mirada de los enfermos les ha hecho meditar acerca de los verdaderos valores de la existencia. Esa mirada que les habla les ha convertido en gente de otra pasta, gente con un grado de sensibilidad que nunca había tenido ni cuando fueron padres.
Llegan a decir que quien cuida a esas personas alcanza a tocar a Dios a pesar de lo duro que puede llegar a ser. Creo que quienes viven alrededor de los enfermos de Alzheimer, a pesar de todos los inconvenientes, son personas privilegiadas. Ellos, los cuidadores, tras la extraordinaria experiencia, ven a la humanidad con diferentes ojos. Su corazón ya no les cabe en la caja torácica porque su generosidad se ha trasformado en el baluarte de su existencia y ocupa todo su cuerpo. Es como si un rayo del Creador hubiera penetrado en su ser.
Por todo ello debemos homenajear a todas y cada una de las personas que han hecho y continúan haciendo que las gentes que padecen Alzheimer puedan transitar por este mundo de la mejor forma posible. Los enfermos son la mejor prueba e instrumento para que podamos acercarnos a la solidaridad plena.
FERNANDO CUESTA GARRIDO Vitoria
La Vanguardia 9/10/2015